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A propósito de las disculpas del presidente

Por Ope Pasquet

Finalmente, el presidente Mujica hizo lo que debió haber hecho hace rato: le pidió disculpas a su homóloga argentina por la manera en que se refirió a ella y a su difunto esposo, en el triste episodio ocurrido en Florida hace algunos días.

Según informa la prensa de estos días, Mujica le envió una carta a Cristina Fernández, en la que invocaría sus orígenes humildes y sus largos años de cárcel para explicar la grosería de su lenguaje.

Acerca de los dichos iniciales del presidente uruguayo y de lo que dijo además en la entrevista concedida a La Diaria -esta vez sin sorpresas ni distracciones-, no haremos comentarios, porque huelgan. Cuando fue Jorge Batlle el que, sin saber que lo estaban filmando y grabando, habló demás, algunos dirigentes frenteamplistas (Tabaré Vázquez y Enrique Rubio entre ellos) lo condenaron con saña y sin contemplaciones. Esta vez la oposición -otra oposición- no quiso pegarle en el piso al presidente. El gesto, sin embargo, no fue reconocido.

Mujica admitió pues que, por el lenguaje que usó (“áspero” y “canero”, como él mismo lo llamó) debía ofrecer sus excusas a la persona aludida en sus comentarios. El presidente entendió y aceptó que su manera de dirigirse a los demás puede resultar y resulta efectivamente ofensiva; y como la ofendida esta vez fue nada menos que la Sra. Presidente de la República Argentina, Mujica se disculpó (e hizo muy bien).

Lo que debe señalarse es que ese mismo lenguaje “áspero” y “canero” lo usa permanentemente el presidente para dirigirse a sus compatriotas; en particular a los integrantes de la oposición política, pero no exclusivamente a ellos. El famoso “no sea nabo” o el “vayan a cuidar a sus mujeres” son buena muestra del “estilo” presidencial al que aludimos. Y si el presidente se expresa así, no nos puede sorprender que el ministro de Defensa, Fernández Huidobro, hable soezmente en actos públicos; quien tiene la autoridad para exigirle más respeto por la audiencia y por su propia investidura, es el menos indicado para hacerlo.

A la sociedad uruguaya, empero, no parece molestarle la ordinariez gubernamental. La popularidad de Mujica ha subido últimamente, afirman las encuestas; y cuando Fernández Huidobro dijo algunas barbaridades en un almuerzo de ADM, fue aplaudido por los estaban escuchando.

El desprecio ostensible por las reglas del respeto, del buen trato, de la cortesía y del decoro, ¿hace a nuestra sociedad más democrática, más libre o mejor en algún otro sentido? No lo creo. Para nuestra sociedad el respeto, la cortesía y los buenos modales son valiosos; a todos nos gusta que nos traten bien. Todos entendemos que el lenguaje que empleamos con nuestros amigos, no es el mismo que podemos emplear cuando están presentes las esposas de nuestros amigos. Cuando la ocasión es importante para nosotros, nos vestimos y esperamos que los demás se vistan de acuerdo con ella; quien acude a una entrevista para conseguir un buen trabajo, cuida su aspecto (y su lenguaje); el día de su casamiento los novios no se ponen lo primero que encuentran a mano; y las chicas que festejan sus quince años no esperan que sus amigos vayan a la fiesta vestidos como si fueran al tablado.

Si en lo que nos concierne y afecta directamente, esperamos que el lenguaje y la conducta de los demás respeten nuestros valores, ¿por qué admitimos la degradación de la vida pública? Quizás por aquello de que “la causa de todos es la causa de nadie”; mientras no se metan conmigo, que hagan y digan lo que quieran.

El problema es que, más tarde o más temprano, lo que pase en la calle repercutirá dentro de nuestra casa. El lenguaje y los hábitos republicanos son sencillos, decorosos y respetuosos y fortalecen la salud moral de la sociedad.

El lenguaje carcelario y la mentalidad correspondiente, en cambio, intentan convencernos todos los días de que aceptemos vivir “en un mismo lodo, todos manoseados”, como dice la letra del tango.

No será deslizándonos por esa pendiente, como llegaremos a sentirnos orgullosos del país en que vivimos.