Esa es la manifestación de Adela, quien aceptó responder por escrito algunas preguntas que El País le remitió a través de su abogada, cuando todavía estaba recluida en el Centro Nacional de Rehabilitación (CNR).
Es que su hijo fue uno de los tres menores que el 3 de agosto pasado, en el Cerro, participaron en la rapiña y homicidio a un repartidor de supergás, trabajador y vecino de la zona. Los otros dos tenían 13 y 15 años.
Adela M. (47) es la madre de un niño de 11 años, al que ella define como «dulce, aunque algo inquieto y travieso como todo chico de esa edad». Hasta el mes pasado, el niño convivía con su madre y una hermana mayor, en una humilde vivienda del Cerro.
Todos los días, poco antes de las 8 de la mañana, Adela lo dejaba en la escuela de la zona y se iba directo a trabajar en la mercería de su hermano, hasta las cinco de la tarde.
A la vuelta de su trabajo, lo pasaba a buscar por el Centro Educativo Providencia, una asociación civil del Cerro que brinda un complemento educativo y alimentación a niños del barrio. Por la tardecita, el chico iba a practicar fútbol con un equipo de la zona.
«Siempre le hablé de lo que era lo bueno y lo malo, y con quiénes no se tenía que juntar. No entiendo lo que le pasó por la cabeza a mi hijo… supongo que no sabía a lo que iba con los otros niños. Cuando me enteré, me quise morir, no sabía qué hacer», dijo Adela, quien respondió por escrito algunas preguntas que El País le remitió a través de su abogada, cuando todavía estaba recluida en el Centro Nacional de Rehabilitación (CNR).