Comunicado de Prensa
Por Dr. Julio María Sanguinetti
Nos pareció un buen gesto de la señora presidenta de la Argentina que días pasados anunciara su llegada a Montevideo al acto inaugural de una planta de combustibles de la empresa estatal ANCAP.
Cuando mediaban tantas dificultades, caía bien su actitud. El proveedor de la planta era una empresa argentina, de modo que también se ofrecía un buen momento para agradecerle al Uruguay ese acto de confianza.
Desgraciadamente, todo se dio al revés. La señora presidenta, en vez de agradecer, se lanzó retóricamente a enorgullecerse de la «inversión» que hacía la Argentina, cuando era exactamente lo contrario, desnudando así que ni siquiera se había tomado el trabajo de preguntar a qué venía. Para completar el escenario, llegó acompañada de una barra brava, con bombo incluido, que transformó una ceremonia oficial, a la que estaban invitados representantes de todos los partidos políticos uruguayos, en una liturgia kirchnerista, rechinante con nuestros hábitos.
Realmente dejó un sabor amargo. Reveló falta de respeto.
Pero esa escenificación grotesca encubre asuntos realmente de fondo, que no logran resolverse y vienen generando en la opinión pública uruguaya un creciente sentimiento de crítica a nuestro presidente por su condescendencia en el manejo de la relación bilateral.
En lo comercial, estamos en niveles bajísimos y sujetos a las arbitrariedades unipersonales conocidas, que han significado la pérdida de miles de empleos. El año pasado Uruguay importó 1982 millones desde Argentina y exportó solamente 520. En el primer semestre sigue la tendencia negativa: importó 919 millones y exportó apenas 249. Esas exportaciones argentinas son el 2,3% del total de sus ventas, pero las compras al Uruguay apenas llegan al medio por ciento del total. ¿Pueden merecer tanto celo?
En la administración del condominio sobre el Río de la Plata, abruptamente salta un proyecto para construir un nuevo canal para el puerto de Buenos Aires, que dícese -sin demostración- haber sido autorizado por Uruguay hace siete años, cuando esta idea se planteaba juntamente con la de llevar el canal Martín García al mismo nivel de profundidad. Por cierto, esto último no ocurrió y el planteo se transforma así en una frontal competencia, heredera de la vieja lucha de puertos que ya en tiempos coloniales generó tantos entredichos entre Montevideo y Buenos Aires.
En lo que refiere al otro río, el Uruguay, se sigue penando por respuestas que ya no se deberían esperar más. Se planteó, hace seis años, ampliar instalaciones en el puerto de Nueva Palmira. Conforme al tratado, hay que informar y en 210 días queda cumplido el trámite. A partir de allí, ninguno de los socios requiere el consentimiento del otro. Sin embargo, una y otra vez la delegación argentina ha preguntado, la uruguaya respondido, la primera repreguntado y así, entre idas y venidas, se siguen postergando inversiones imprescindibles.
Ni hablemos del caso UPM (ex Botnia). La delegación argentina en la Comisión Administradora del Río Uruguay (CARU) se ha negado a divulgar los resultados de los análisis internacionales de las aguas residuales de la planta. Se sabe, por lo mismo, que no hay problema de contaminación. En ese contexto, la fábrica pide ampliar su producción de 1.000.000 a 1.300.000 toneladas anuales y se desata la tormenta de siempre: el grupo movilizado de Gualeguaychú se opone a todo, no alega razón alguna salvo la afirmación temeraria de una contaminación no probada, la Cancillería argentina anuncia que será «inflexible» y todo queda estancado.
Luego de la sentencia de la Corte Internacional de Justicia de abril de 2010, está claro que Uruguay debe cumplir el régimen de consulta de los artículos 7 al 12 del Estatuto, tan claro como que, cumplido el trámite, Argentina no puede impedir una construcción en Uruguay.
Nuestro presidente sigue apelando a la buena voluntad, pero no encuentra del otro lado sino intransigencia, poco respeto y una actitud inexplicable frente a una economía como la uruguaya, diez veces menor a la Argentina.
El presidente Mujica dice que él no va a «pecherear» a la Argentina y nadie se lo está pidiendo. Entre «pecherear» y mansamente subordinarse, media el vasto espacio de una diplomacia inteligente, que incluye incluso informarle a la opinión pública argentina -siempre muy respetuosa para con su vecino- de lo que está ocurriendo. La situación no puede ser peor y así lo definió días pasados el ex presidente Lacalle, en juicio que comparto.
Ya sabemos que estos asuntos no están hoy -como hace cien años- en manos de Roque Sáenz Peña o Gonzalo Ramírez, así como del extrañado Barón de Río Branco, nunca indiferente, desde el Brasil, para cualquier problema en el Plata. Aun así, es tan inexplicable la intransigencia de la administración argentina como la mansedumbre de la nuestra.
Dr. Julio María Sanguinetti
Abogado. Ex presidente de la República (1985- 1990 y 1995-2000)