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Ser árbitro o inspector

Nota de Prensa – Opinión
Daniel Bianchi

Algunas profesiones y actividades son extremadamente peligrosas debido al entorno y a las condiciones en que se desarrollan. Baste señalar, entre ellas, la de los taladores, mineros, bomberos, zapadores, corresponsales de guerra, soldados, buceadores, policías y demás.

Otras, a pesar de no desarrollarse en ambientes peligrosos como el fondo del mar, un campo de batalla o la altura de los rascacielos, son también altamente riesgosas y parecen llevar implícitamente consigo, además, una suerte de estigma que las convierte en el blanco de la animadversión de la gente. Tal lo que pasa, entre otras, con la actividad de los jueces de fútbol y de los inspectores de tránsito.

Los primeros, son el blanco de cualquier exaltado que tenga un problema personal. En su mente alterada los árbitros se convierten en el jefe que lo vitupera, en la esposa que lo desatiende o en el gerente de banco que le niega el crédito, y se transforman en blancos de insultos, escupitajos y, ocasionalmente, hasta de agresiones físicas. Y a no equivocarse: no estamos hablando solamente de los clásicos de Primera División entre Nacional y Peñarol, donde jugadores, entrenadores, directivos de los equipos y parciales la emprenden contra los hombres de negro. Hacemos referencia, también y lamentablemente, a lo que a veces debe soportarse en un partido de baby fútbol, cuando padres y madres claman hasta quedar roncos mientras esgrimen el Reglamento de acuerdo a su libre interpretación y culpan de todo, indefectiblemente, al árbitro. Curiosamente, son muy pocas las ocasiones en que perciben que los niños no se están divirtiendo y que, por el contrario, lo están pasando mal. De hecho, el imaginario popular atribuye al futbolista, entrenador y presidente del Real Madrid, Santiago Bernabeu (1895-1978), una frase relacionada con el fenómeno de la violencia en el fútbol que no a todo el mundo le cae simpática, pero que tiene mucho de cierto: “No quiero juveniles con padres”.

La otra actividad cuyos representantes deben soportar ser menospreciados y agraviados, es la de los inspectores de tránsito. Pero de un tiempo a esta parte esas agresiones hasta ahora verbales han ido escalando y, en consonancia con una pérdida de valores que a esta altura parece irrecuperable, han transmutado para convertirse en agresiones físicas.

El pasado domingo 4 una inspectora de Tránsito de la Intendencia de Colonia (IDC) fue atropellada por un motociclista en la zona de Playa Seré, en Carmelo, luego de que aquella le indicara que detuviera la marcha en un control de rutina. El conductor no acató la orden y continuó su desplazamiento atropellando a la funcionaria, quien sufrió lesiones de entidad, entre ellas, una pierna fracturada. El agresor abandonó el birrodado y se dio a la fuga a pie.

La autoconvocatoria realizada por el Cuerpo Inspectivo de la Intendencia, con el respaldo de ADEOM, en la Explanada Municipal el sábado 10 por la mañana para informar a la población sobre los hechos de violencia en los que se ha visto involucrado cada vez con más asiduidad, difícilmente logre alguna repercusión. Cierto es que situaciones de estas características no son habituales en nuestro departamento, máxime teniendo en cuenta que luego se comprobaría que la no detención del vehículo obedecía a que el mismo había sido hurtado por dos adolescentes, de 14 y 15 años, que luego fueron detenidos y sometidos a la Justicia. Sin embargo, otros hechos no tan contundentes peno no por ello menos aborrecibles, como agresiones verbales y físicas por parte de los conductores cuando reciben la voz de alto -en especial aquellos que transitan sin casco, sin patente o sin documentación- son sufridas por los inspectores en todas las localidades del departamento.

El cuerpo de Inspectores de Tránsito cuenta sólo con cuarenta funcionarios, que son los que cubren las tres zonas -este, oeste y sur- en las que se ha dividido el departamento, y que nuclean a catorce grandes localidades, cinco de ellas con más de 10.000 habitantes, entre ellas la capital, que tiene casi 27.000 habitantes. De ellos, menos de la mitad se encuentra en las calles, y habitualmente lo hace acompañado de diez policías que, desde hace pocas semanas, cumplen una labor de prevención, mientras se aguarda que a partir de octubre, cuando finalice su capacitación en la Escuela de Policía, se agreguen diez más. Desde la Dirección de Tránsito se ha reclamado que, para organizar debidamente el trabajo en todo el departamento, se necesitarían alrededor de setenta inspectores más. Y destacan que lo principal de su tarea es contribuir a preservar la vida, tarea loable, si las hay.

Sin embargo, muy a su pesar, inspectores y jueces de fútbol coinciden en varias cosas, entre ellas en lo ingrato de su tarea y en la desaprensión de gran parte de la gente hacia su labor.

Y hay otra coincidencia aún mayor: cuando salen a la cancha, no tienen hinchada.