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Paciencia, siempre paciencia…

Nota de Opinión
Por Daniel Bianchi

 

Te mandé un correo electrónico y no me contestaste. ¿Por qué?

Hace horas que te llamo al celular y no me atendés. ¿Dónde estabas?

Te envié un mensaje de texto y no me respondiste. ¿Qué estabas haciendo?

Esas son algunas de las frases que escuchamos diariamente en la vorágine del enardecido mundo de hoy, donde todo es urgente, donde el avance de las comunicaciones nos ha deparado importantes beneficios y profusas contrariedades, relegando al baúl del olvido algo tan importante como la paciencia y la serenidad.

Definida como “la capacidad para soportar con resignación desgracias, trabajos, ofensas”, o aún como “la tranquilidad para esperar”, la paciencia es una actitud propia del ser humano que lo induce a enfrentar la adversidad y las dificultades con el objetivo de lograr el bien perseguido sin exhalar una queja ni lamentarse.

Y aún por encima de ello, como concepto filosófico suele ser definida como «la constancia valerosa que se opone al mal, por quien el hombre no se deja dominar a pesar de lo que sufra”.

Garantía de equilibrio, de madurez, de sensatez, de sentido común y de tolerancia, es una virtud negada a muchos.

Quien es paciente, se encuentra capacitado para  enfrentar con serenidad cualquier situación, aún la más adversa, y se muestra tolerante frente a las circunstancias  más desfavorables sin permitir que su estado de ánimo se altere, logrando sobreponerse a las emociones fuertes generadas por las angustias, las amarguras y las tribulaciones. Esa virtud templa el espíritu y lo fortifica haciéndolo capaz de sufrir y tolerar las injusticias y las contrariedades con extraordinaria fortaleza, sin desanimarse.

Frente a la violación de nuestros más elementales derechos la mayoría de las personas opta por mostrar una faceta fácilmente irritable o, aún peor, por estallar en una descarga de ira incontenible. Cuando algunas personas vociferan porque los autos en la calle no respetan las señales y sus conductores manejan como si fueran los dueños del mundo, cuando los jefes acosan a sus empleados gritándoles, maltratándolos o menospreciándolos, cuando los padres reaccionan airados frente a la maestra de su hijo que lo único que hizo fue amonestarlo por estar haciendo algo indebido, cuando los padres cansados del niño que llora en su cuna lo zamarrean sin cuidado y con peligro de lesionarlo, cuando los integrantes de la familia quieren desaparecer al escuchar que el abuelo pregunta lo mismo por quinta vez en los últimos diez minutos, cuando algunos se exasperan porque encuentran en su camino obstáculos que no pueden vencer con facilidad, no están dando más que una muestra de inmadurez y haciendo surgir conflictos allí donde un equilibrado examen de la situación y la toma de acciones concretas para modificar lo necesario, sería lo aconsejable.

La impaciencia arrastra consigo equivocaciones, errores, malentendidos, traspiés, descuidos e injusticias, y, como resultado, la toma de decisión inteligente y positiva se ve neutralizada y vuelve a las personas vulnerables, propensas al fracaso. La paciencia, en cambio, permite enfrentar cada día con seguridad, con confianza, porque ella ayuda a vencer las dificultades.

Curiosamente, en la actualidad los conceptos de éxito y responsabilidad difícilmente se asocien con la paciencia. Y no sólo eso. Aún peor, se considera a la paciencia un signo de vacilación, flaqueza, inseguridad, apocamiento y pasividad, cuando la realidad objetiva muestra que la paciencia, es justamente todo lo contrario, ya que ella nos permite ver con claridad el origen de los problemas y la mejor manera de solucionarlos.

Hay en la actualidad, en el departamento de Colonia, ejemplos de ciudadanos pacientes que, sin dudas, tarde o temprano van a tener éxito. Los de Carmelo, que con dedicación y constancia bregan por un segundo puente para el tránsito pesado sobre el Arroyo de las Vacas; los de Florencio Sánchez, que tienen la ciudad más desprolija y con peores servicios del departamento e insisten persistentemente con sus más que justificados reclamos; los de Juan Lacaze, que ven como mes a mes se pierden nuevos puestos laborales sin que nada se haga de parte de las autoridades para revertir la situación; los de la Asamblea de Vecinos de las rutas 12, 54 y 55, que soportan estoicamente no sólo la falta de obras de buena calidad en las mismas, sino las irónicas y sarcásticas declaraciones del ministro de Transporte y del Prosecretario de la Presidencia de la República; los de Colonia del Sacramento, que pugnan por movilizar el movimiento turístico y el mercado inmobiliario sin poder sacarse de encima el pesado lastre que significa la mala relación entre Uruguay y Argentina y las nutridas leyes que no han hecho más que deteriorar lo que tantos años llevó construir.

El departamento todo es una muestra clara de la paciencia, de la madurez de sus ciudadanos que, con seriedad, reflexión, serenidad y discernimiento, están luchando con empeño por superar inconvenientes.

Sin embargo, ¡cuidado! Como decíamos líneas arriba, sería un error imperdonable confundir apatía o vacilación con paciencia. Téngase en cuenta que la paciencia se debilita, se quiebra y se recupera; se agobia, se abruma, se quebranta y se reencuentra; se hastía, se extenúa y se recobra.

Pero hasta ella tiene una frontera e incluso, como decía el escritor y político británico Edmund Burke (1729-1797), “hay un momento límite en el que la paciencia deja de ser una virtud”.