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Una historia trágica; más, del país en que vivimos

TOMÁTE 5 MINUTOS, LA REALIDAD ES CRUDA – Un altercado que terminó con un padre muerto en brazos de su hijo.

Por Joaquín Silva – Los Silveira, que trabajan juntos en la calle, se enfrentaron a golpes de puño con dos hermanos, ofendidos por un insulto.

Cuando Ángel Alfredo Silveira (45) llegó a su trabajo a las siete de la mañana del 21 de abril, no podía saber que ese viernes antes de las dos y media de la tarde, se terminaría su vida luego de una puñalada directa al corazón que lo dejaría tendido en el asfalto de la calle y sobre los brazos de su hijo, que no quería soltarlo.

Esa mañana, como todas las otras desde hacía aproximadamente un año, Ángel se subió a su camión Mercedes 1580 dispuesto a cumplir con el recorrido de todos los viernes, que terminaba en las inmediaciones de La Comercial, punto desde el cual debía emprender el retorno hacia el garaje de Vanonsur S.A., empresa proveedora de volquetas, en la calle Volta del barrio Peñarol. En esa misma cuadra, bajo el tórrido sol de mediodía de enero, su jefe, Jorge Veleda, repasa los pormenores de aquel día en que se registró uno de los más de 150 asesinatos registrados el año pasado en Montevideo.

Al lado de Ángel se sentó Jonathan, su hijo de 23 años que desde hacía unos meses lo acompañaba como ayudante.

«Ángel fue quien lo trajo cuando quedó una vacante. Dijo que tenía a su hijo que había quedado desempleado» cuenta Veleda. «Se llevaban muy bien –recuerda–. Incluso a veces Jonathan se dormía y él lo pasaba a buscar por su casa».

Jonathan se encargaba de bajarse en todas las paradas para llevar al camión las volquetas que la compañía tiene depositadas en distintos hangares de empresas a las que Vanonsur ofrece el servicio de logística y recolección de residuos. Y en esa tarea estaba minutos antes de la tragedia, en la esquina de Domingo Aramburú y Joaquín Requena, en uno de los últimos destinos de un extenso recorrido que tiene más de 15 paradas, y nunca se completa antes de las ocho horas de trabajo.

Ángel lo esperaba estacionado en doble fila, en una calle que no mide más de diez pasos de ancho y todos los días tiene autos aparcados en ambos lados, dejando un estrecho margen de pasaje.

Según quedó apuntado en el auto de procesamiento al que accedió El Observador, redactado por el juez José María Gómez, un Peugeot 301 gris que llegó justo en ese momento «pasó velozmente» y «muy cerca» de donde se encontraba Jonathan. Para Gustavo Salle, el abogado defensor de los dos procesados por este caso, «había espacio de sobra para que pasara y tampoco fue a alta velocidad».

«Cornudo, hijo de puta, por qué no podés esperar», gritó Jonathan cuando el Peugeot gris le pasó «rozando», y las palabras entraron por las ventanillas como un rayo

A esa hora, el taller mecánico y el kiosco de la esquina estaban cerrados, y los únicos testigos que escucharon lo que dijo Jonathan y vieron todo lo que sucedió fueron dos trabajadores de una empresa de esa cuadra que quedaron con miedo y pidieron a la Justicia mantener en reserva sus nombres.

Primeros golpes

«Cornudo, hijo de puta, por qué no podés esperar», gritó Jonathan cuando el Peugeot gris le pasó «rozando», y las palabras entraron por las ventanillas como un rayo. Antes de llegar a Requena, Pablo y Pedro, dos hermanos y trabajadores rurales de Rocha que iban en el auto, doblaron por Martín C. Martínez y estacionaron en la calle Isla de Gorritti, del otro lado de la manzana.

Según puede verse en el video de las cámaras de seguridad de un comercio de la zona, Pedro, vestido de canguro oscuro y con calzado deportivo, se bajó del auto decidido: caminaba adelante y con la cabeza en alto, ya sin sus lentes de sol que sostenía en su mano derecha.

Segundos después pasó Pablo corriendo, como queriendo darle alcance a su hermano y tratar de convencerlo de que su reacción era exagerada. De acuerdo a lo que declaró ante la Justicia, dentro del auto había intentado disuadirlo de ir a pelear, pero no logró hacerlo entrar en razón. Sin embargo, fue él y no su hermano quien terminó tras las rejas.

En el auto de procesamiento se describe que Pedro, de 28 años, medía 1,94 metros y pesaba 96 kilos, lo que dejaba en inferioridad física a Jonathan, con sus 23 años y su 1,70 de altura. «Como corolario de la retahíla de golpes de puño propinados por su contendiente», escribió el juez Gómez, el joven terminó con una herida de tres centímetros de profundidad en el costado derecho de su cabeza y una fractura de su tabique nasal, con «inhabilitación para realizar tareas ordinarias menor a 20 días».

Pero antes de ver a su hijo en ese estado, Ángel se bajó del camión con un palo en su mano. «Bueno, es conmigo», le anunció Pablo al descubrirlo dispuesto a emplear el arma. Ángel le respondió pegándole tan fuerte que el palo se partió. Aún así llegó a lanzarle a Pedro el pedazo que le quedaba, mientras éste golpeaba a su hijo. Pero el proyectil impactó en su pantorrilla y apenas le hizo daño.

«La otra persona salió con un fierro enorme a partirle la cabeza, ¿de qué intención homicida me están hablando?», dijo Salle

Ángel volvió al camión para agarrar un caño más contundente, de un metro y medio de largo, según señalaron los testigos, ya que el golpe que le había propinado a su oponente no lo había debilitado. Regresó de la cabina y comenzó a «revolear» su nueva arma intentando controlar a los hermanos enfurecidos.

Este punto de la historia es clave para el abogado Salle, que defiende la tesis de la legítima defensa incompleta, porque no le cabe la menor duda que la vida de su cliente estaba en riesgo.
«La otra persona salió con un fierro enorme a partirle la cabeza, ¿de qué intención homicida me están hablando?». Sin embargo Salle entiende que la legítima defensa no es completa en el momento en que sus defendidos no reaccionaron en el preciso instante en que Jonathan los provocó, sino que se tomaron su tiempo para estacionar y volver al lugar.

«Fue un desafío que terminaron aceptando», aseguró. Pero eso no quita, dijo, «la clara actitud defensiva» de su cliente.

Golpe final

Ángel lanzó un golpe con su fierro a Pablo, pero no dio en el objetivo. Aprovechando su imprecisión, sin pensarlo, su contrincante tomó la decisión que daría término al enfrentamiento: le clavó en el medio del tórax una navaja que llevaba en su llavero. Ángel emitió un alarido y dejó caer el caño en la vereda, recuerdan los testigos. Luego se sentó en el cordón, como quien intuye que algo grave acaba de pasar, volvió a incorporarse y se desplomó en el suelo.

«¡Vámonos, vámonos!», gritó Pablo a su hermano al ver el desastre ,y huyeron «presurosos» del lugar, relata el auto de procesamiento.

«Cuando me llamaron, me dijeron que habían tenido un accidente y pensé en algo grave, que uno de ellos podía haberse caído del camión», rememora Veleda. «Pero no pensé que algo así hubiera pasado». Y cuando llegó al sitio, Ángel Silveira ya había muerto. «Al muchacho, que estaba todo ensangrentado, no lo podían sacar de arriba del padre», recuerda con espanto.

El camión de Ángel y Jonathan

De familia

El Ministerio del Interior tuvo que difundir imágenes de los hermanos más buscados en Uruguay en ese momento, solicitando ayuda a la población para capturarlos, porque estaba por transcurrir una semana del asesinato y aún no había rastros de su paradero. Pero decidieron entregarse en cuanto se enteraron que la Policía los buscaba, aseguró Salle.

El juez Gómez resolvió procesar sin prisión a Pedro -el promotor de la pelea- por el delito de lesiones personales causado por los golpes que le infligió a Jonathan Silveira, porque no se constató que hubiera «intención de dar muerte». Gómez ordenó que, como medida sustitutiva a la prisión, se presentara lunes, martes y miércoles de 14 a 17 horas en la seccional 3ª de la Policía de Rocha, en Lascano, durante tres meses.

La situación de Pablo fue diferente: Gómez lo procesó con prisión por homicidio y espera su sentencia en la cárcel de Las Rosas, en Maldonado, desde hace más de nueve meses.

Los «altercados espontáneos (no domésticos)» constituyeron la segunda motivación más común en los asesinatos cometidos en el país en 2017.

Ninguno de los dos hombres, ambos padres de familia, tenía antecedentes penales. Salle cree que fueron víctimas de «la falta templanza de su juventud e inexperiencia».

Pablo perdió varios kilos desde que está preso y vive en condiciones de hacinamiento, según dijo su defensor. «Está sumamente delgado y, como sabemos que pasa en las cárceles uruguayas, no se le respetan sus derechos humanos; le dan comida de perros que lo hacen vomitar a diario», contó.

Contiendas

Según Salle, sus clientes están además «muy arrepentidos» y, en su consideración, «dejaron que un incidente nimio en la calle se convirtiera en una tragedia».

Sin embargo, que una situación de ese tipo tenga un desenlace fatal no es infrecuente en Uruguay.
De acuerdo al registro del Observatorio Nacional Sobre Violencia y Criminalidad del Ministerio del Interior, los «altercados espontáneos (no domésticos)» constituyeron la segunda motivación más común en los asesinatos cometidos en el país en 2017. De los 283 homicidios, 45 (16%) fueron por esta razón, solo superados por aquellos producidos en conflictos entre grupos criminales y en el marco del narcotráfico y ajustes de cuentas, que se dieron en el 45% de los casos.

Los insultos, ofensas y bocinas son una realidad de toda la vida con la que conviven los trabajadores del transporte.»Y a veces reaccionamos y respondemos», admite Veleda, aunque la experiencia acostumbra a entender que esas situaciones son propias del oficio. «Pero nunca nos había pasado algo parecido», lamenta, todavía impactado.

Mientras se dispone a guiar a un conductor que debía guardar el camión en ese momento, cuenta que una semana después del crimen, cuando Pablo ya estaba en prisión, Jonathan regresó a solicitar una ampliación de la licencia por duelo porque no podía reintegrarse al trabajo. Entonces sus compañeros le ofrecieron «salir en el camión para que se distrajera un poco», pero el joven se negó, porque «le recordaba todo».

Jonathan , que estaba recibiendo tratamiento psicológico en el Centro de Atención a las Víctimas de la Violencia y el Delito, no regresó a trabajar. Veleda no supo nunca más nada de él.

Texto-Informe: El Observador