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Alfosina Storni: a 126 años de su nacimiento

Cae una lluvia torrencial sobre Mar del Plata, Alfonsina Storni yace presa del dolor que le produce el cáncer de mama que le aqueja. Llegada la madrugada, haciendo honor al significado de su nombre (dispuesta a todo), toma una determinación. Escribe una nota escueta: Voy a dormir.Se dirige al Club Argentino de Mujeres y se arroja al mar desde uno de sus espigones. La prestigiosa poeta tenía tan sólo 46 años.

El cadáver es recuperado horas más tarde. El doctor Belleti la reconoce, conmocionado al destapar su rostro. La versión oficial determina que, al saber que se hallaba condenada a una muerte inminente, decidió acabar con su vida. Alfonsina consideraba que el suicidio era una elección concedida por el libre albedrío, y así lo había expresado en un poema dedicado a su amigo y amante, el también poeta suicida Horacio Quiroga.

Alfonsina se había ‘despedido’ de su único hijo, Alejandro Storni, en sentidas cartas días antes y, previsora, se había ocupado de su futuro en una carta dirigida a Manuel Gálvez.

La muerte de la que se considera una de las más prestigiosas poetas posmodernistas de la literatura argentina del pasado siglo fue trágica; su vida fue tan intensa como apasionante.

Siempre dispuesta a todo, ya desde muy temprana edad demostró que verdaderamente era una niña diferente.

Condicionada por sus orígenes humildes, hija de padre alcohólico y mujer trabajadora, se vió obligada a luchar desde muy pronto por su subsistencia. Si bien su madre tuvo a bien escolarizarla, a diferencia de a sus otros hijos, al adivinar en ella un talento y originalidad especial, la precariedad económica familiar la empujaría a robar su primer libro de texto, tal y como ella misma confesaría años después. Pero ella no se arredró y ni siquiera la muerte de su padre a la edad de 14 años, hecho que le obligó a trabajar como aprendiza en una fábrica de gorras, logró adocenarla. Poco después empieza a trabajar como actriz, entrando en la compañía teatral del español José Tallaví y no por ello ceja en su empeño de formarse. En 1909, con 17 años, se matricula en la Escuela Normal Mixta de Maestros Rurales de Coronda, donde trabaja también como celadora y al año siguiente obtiene ya el título de maestra rural y empieza a desempeñar su cargo en Rosario.

Pero la vida de aquella mujer de mente varonil encerrada en un cuerpo de mujer, que siempre se dolió de haber nacido mujer, no iba a ser fácil. Y es que la poeta se quedó embarazada a los veinte años de un hombre casado y veinticuatro años mayor que ella y, mujer libre como era y se sentía, decidió llevar adelante la gestación como madre soltera. En esa época proclama en uno de los versos de su obra Languidez (1920): ‘Señor, el hijo mío que no me nazca varón’.

Alfonsina, que consideraba su sexo como un estigma, dedicó su existencia a luchar contra las desventajas que éste le reportaba. Obligada a mantener en solitario a su hijo Alejandro, desempeñó multitud de empleos, desde cajera a dependienta y finalmente ‘corresponsal psicológico’, empleo para el que logró desbancar a todos los aspirantes pese a su condición de mujer, que la marginaba inicialmente. Eso sí, pasó a cobrar la mitad del sueldo por esta misma circunstancia.

Su obra poética y teatral es su mejor legado, de gran originalidad. Según la crítica, Alfonsina cultiva el posmodernismo y culmina su obra con Mascarilla y Trébol, su último libro de género vanguardista. Un mes después le es diagnosticado el cáncer que le arrastrará al suicidio.

‘Oh muerte, yo te amo, pero adoro la vida…’ nos dijo la poeta. Sus versos nos acompañarán siempre.

FUENTE: La Vanguardia

ALMA DESNUDA

Soy un alma desnuda en estos versos,
Alma desnuda que angustiada y sola
Va dejando sus pétalos dispersos.

Alma que puede ser una amapola,
Que puede ser un lirio, una violeta,
Un peñasco, una selva y una ola.

Alma que como el viento vaga inquieta
Y ruge cuando está sobre los mares,
Y duerme dulcemente en una grieta.

Alma que adora sobre sus altares,
Dioses que no se bajan a cegarla;
Alma que no conoce valladares.

Alma que fuera fácil dominarla
Con sólo un corazón que se partiera
Para en su sangre cálida regarla.

Alma que cuando está en la primavera
Dice al invierno que demora: vuelve,
Caiga tu nieve sobre la pradera.

Alma que cuando nieva se disuelve
En tristezas, clamando por las rosas
con que la primavera nos envuelve.

Alma que a ratos suelta mariposas
A campo abierto, sin fijar distancia,
Y les dice: libad sobre las cosas.

Alma que ha de morir de una fragancia
De un suspiro, de un verso en que se ruega,
Sin perder, a poderlo, su elegancia.

Alma que nada sabe y todo niega
Y negando lo bueno el bien propicia
Porque es negando como más se entrega.

Alma que suele haber como delicia
Palpar las almas, despreciar la huella,
Y sentir en la mano una caricia.

Alma que siempre disconforme de ella,
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por ser el buque en marcha de la estrella.