DOS GOLEADORES HISTÓRICOS CON COSAS COMUNES.
1983. Morena: «usted fue mi ídolo…» Sanfilippo: «gracias, pibe»
EL GRÁFICO – Un episodio dramático de increíble similitud une las historias de dos de los máximos goleadores de Sudamérica. Una charla interesante entre personajes que se admiran y se entienden especialmente.
Este encuentro nació así. José Francisco Sanfilippo regresaba el domingo 4 de setiembre de su casa quinta en el Camino de Cintura, frente al Aero Club, muy cerca de la Ricchieri. En el camino decidió encender la radio de su auto para escuchar los resultados de los partidos de Primera «B» —la fecha de la “A” se había jugado el sábado— cuando al sintonizar radio Rivadavia alcanzó a escuchar que Fernando Morena había sufrido una seria lesión. Era un flash, la información completa vendría después. Concentrado en el manejo, no le dio importancia, pensó en uno de esos golpes fuertes tan comunes en el fútbol. Escuchó los resultados y apagó la radio. Llegó a su casa, se duchó y se acostó.
¡Como si lo estuviera viendo! Sanfilippo le explica a Morena la forma en que Fontana le quebró la pierna izquierda.
¡Como si lo estuviera viendo! Sanfilippo le explica a Morena la forma en que Fontana le quebró la pierna izquierda.
A la mañana siguiente lo despertó un llamado desde Montevideo. La gente del diario «El País» se interesaba por una opinión suya. Le hablaron de la fractura de Morena y se sobresaltó. Pidió aclaraciones. A medida que las recibía, las repetía como un autómata: «Una jugada sin importancia… en el segundo tiempo… pierna izquierda… tibia y peroné… ¡Lo mismo que a mí!» Ya no escuchó más. Alcanzó a percibir que le pedían un mensaje para Morena. No pudo darlo. Después de un largo silencio cortó. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Días después, Fernando Morena recordaba ante la prensa uruguaya la fractura que Sanfilippo había sufrido en circunstancias similares diecinueve años atrás, el 25 de julio de 1964.
Él la vio. Estaba en el Centenario junto a su padre y en sus brazos se refugió para llorar desconsoladamente cuando ocurrió. Fernando era un botija de doce años, seguidor fanático de Nacional, entregado como los tricolores al magnetismo de ese Nene que en sólo tres meses había sembrado con sus goles la esperanza de terminar con el ciclo triunfal del Peñarol de Tito Goncálves y Abbadie, de Spencer y Rocha, de Silva y Joya.
La plancha del brasileño Fontana —José, Anquietta Fontana— se clavó en la pierna izquierda de Sanfilippo y perforó, al mismo tiempo, el corazón inocente de ese pibe que, sin saberlo ni soñarlo todavía, había nacido para heredarlo. El brutal puntapié de Fontana hoy es tan anécdota como mañana lo será la alevosía del venezolano Antonio René Torres. Sanfilippo padeció y revivió para seguir haciendo goles en Uruguay, en la Argentina y Brasil. Durante ocho años más llenó las redes de enfrente. Perdonó, pero no olvidó. Por eso le dolió hasta la emoción el infortunio de Morena.
Y por eso se mostró gustoso en acompañarnos a Montevideo cuando le propusimos el encuentro. Están los dos en la historia del fútbol rioplatense como grandes goleadores de la Argentina y Uruguay y no se conocían. Ya tenían en común aquel llanto viejo de Morena y este fresco de Sanfilippo. Ahora también esto que contamos.
Buenos Aires y Montevideo compartían el miércoles 28 de setiembre la humedad y la llovizna. Ezeiza y Carrasco abrían sus puertas cuando podían. Los aviones cruzaban las nubes negras, ascendían hacia el calor y el color del sol pero después había que esperar el momento oportuno para regresar al gris, encontrar el plafond y aterrizar. Una hora y media demoró el vuelo nuestro. EL GRÁFICO le había anticipado a Morena su visita y una sorpresa. Ya en tierra firme, antes de concretarla, se decidió almorzar.
Dos y media de la tarde, restaurante Nuevo García, en la avenida Arocena, en Carrasco. Pocos parroquianos. Sanfilippo se sienta, los mozos se juntan y cuchichean: uno lo identificó, los demás asienten. Diez minutos después, desde una mesa cercana, un montevideano veterano lo observa, acomoda su silla para quedar de enfrente y le habla sin moverse del lugar que ocupaba.
uno, ese que lastimaron el otro día en España, Maradona, que tiene algo de usted. Pero algo, nomas. Usted era de tirarse atrás y armar juego, pero para qué iba a bajar si adelante las metía todas. . . Mire que yo hace rato que veo fútbol pero jugadores así no salen más.
El Nene agradeció el cumplido y pensó en Morena. El otro, como adivinándolo, aclaró:
—Yo soy de Nacional, ¿sabe?
La calle Caramburu está muy cerca de la frontera entre Carrasco y Punta Gorda. Barrios residenciales. Chalets de tejas rojas o negras, verde abierto al cielo, río cercano. El taximetrero no necesitó la dirección. Bastó con indicarle: «A la casa de Morena».
— Allí es, esos que se ven son los zapatos. No, si anda a pie… —dice con mezcla de admiración y envidia señalándonos el Mercedes Benz blanco estacionado a la entrada del garaje.
Fernando Morena está en su dormitorio con el Indio Walter Olivera, que acaba de regresar a Montevideo junto a sus compañeros de la Selección Uruguaya tras una pequeña gira. Saludamos.
—Fernando, traemos una sorpresa.
—Ya sé: ¡Sanfilippo! Qué otra cosa podían traerme desde Buenos Aires. Lo imaginé cuando me adelantaron por teléfono que vendrían con una sorpresa. El Nene lo mira entre cohibido y asombrado. Morena retira la sábana que le cubre la pierna y muestra, casi con orgullo, la cicatriz sobre la rodilla.
— ¡Qué barbaridad! ¡Cómo adelantó la medicina! Cuando leí que no te habían enyesado me alegré porque a causa del yeso yo estuve dos veces a punto de que me amputaran la pierna. .. Bah, no sé si hago bien en decirte esto…
—Sí, algo me contaron. . . No, conmigo no hay problemas.
—Podés mover bien el pie, los dedos, los músculos los tenés firmes. Si no fuera por la cicatriz, nadie imaginaría lo que te pasó. ¿Hubo desplazamiento?
—No.
—Mirá que en la radiografía se veían los huesos un poco corridos. . . —interviene Olivera.
—Un poquito, nada más. Me metieron el clavo en la rodilla y los médicos observaban todo en la pantalla de un aparato que era como un televisor. Así guiaron el clavo hasta que los huesos se juntaron bien. ¿Sabe qué pienso? Que un día de éstos los adelantos van a ser tantos que ya ni van a necesitar operar.
—Pibe, vos estás fenómeno. ¡Cuánto me alegro!
—El lunes voy a empezar a caminar con muletas, a tratar de apoyar el pie. Vamos a ver…
—Es importante que no te apresures.
—No, por suerte esto me pasó a los 31 años y no a los 20.
Sanfilippo cuenta cómo se produjo su o fractura:
—Urruzmendi me devolvió corta una pelota, la vi fácil y me acomodé para el perfil de zurda. Cuando le pegué, el brasileño tiró el planchazo y me agarró justo. No lo vi, si lo hubiera visto no me quiebra ni loco. ¿El tuyo vino más de frente?
—El mío había querido barrer a Acosta y no lo alcanzó, tal vez por eso se quedó medio loco. Me pareció que estaba más lejos, pero después vi la jugada por televisión: estiró la pierna dando la vuelta el pie, como si fuera un golpe de karate.
La cicatriz marca en la rodilla izquierda el lugar por donde insertaron a Morena el clavo de Kuchen.
Curiosas coincidencias. Los dos partidos estaban prácticamente definidos. Nacional le ganaba a Vasco da Gama 2 a O; Uruguay a Venezuela 3 a O. El mismo estadio: el Centenario. Las dos jugadas en el segundo tiempo y casi en el mismo minuto: la de Fontana a los 28: la de Torres a los 27.
—El partido donde le pasó eso a usted no sé para qué se jugó. Nacional venía de ganarle a Colo Colo la semifinal en Chile, faltaba la revancha en Montevideo, ya estaba casi en la final de la Copa Libertadores. Entonces inventaron ese partido con el Vasco. Yo siempre iba a la tribuna Olímpica, pero ese día no sé por qué fui a la Amsterdam. Era fanático de Nacional. Con mi padre no me perdí un partido desde el ’58 al ’68. Ese año, con usted, tenía un buen equipo y fue una injusticia que no le ganara a Independiente en el Centenario (0 a 0). Después, en la revancha, Independiente se quedó con la Copa con un gol de Mario Rodríguez. ..
— ¡Cómo te acordás…!
—El mediocampo era fuerte, con Eliseo Álvarez y Douksas. Y arriba, al lado suyo, Leites andaba bien. Cuando usted se fracturó, decayó su juego. ¿Sabe lo que más me gustaba de usted? ¡Come metía esas pelotas que quedaban boyando en el área! Lo hacía con una facilidad tremenda. Yo estudiaba todos sus movimientos.
— ¿Cuántos años tenías?
—Cuando usted se fracturó, doce. Pero era un admirador fanático suyo. No sólo lo seguía en los partidos, también en las prácticas. Iba y me comía todos los entrenamientos. ¿Sabe lo que me llamo la atención cuando volvió a jugar? Que tenía la pierna morada, como cuando uno tiene mucho frío…
—Mirá vos, yo no me di cuenta pero puede ser. Por eso del yeso que antes te decía. . . Me vendaron mal, me apretaron mucho y la sangre no me llegaba a los dedos de los pies. Tuvieron que abrirme las arterias para liberarlas y después me cortaron los tendones de los dedos para que se abrieran. Se abrieron y no se movieron nunca más: quedaron rígidos. Jugué ocho años sin que se me moviera uno solo de los dedos del pie izquierdo. Además, durante mucho tiempo, antes de salir a la cancha, tenía que poner el pie en el horno, incluso en el verano, para que se calentara. Estuve dos veces al borde de que me cortaran la pierna. La primera vez se opuso mi señora. Fue a los tres o cuatro días de la fractura. La pierna no tenía temperatura y el doctor Roberto Masliah, que era el médico de Nacional, consideró que no había otra alternativa que amputarla. Para asegurarse, hizo una consulta con el profesor Bado, que era toda una eminencia, y dio esa misma opinión. M señora les dijo que no, que ella creía en Dios y que todo se iba a arreglar. Le hicieron firmar un papel haciéndola responsable de lo que me pudiera pasar y, a la dos días, la pierna empezó a tomar temperatura. De la otra amputación me salvó en Buenos Aires el doctor Luis María Barbieri. Yo había vuelto a jugar, había metido varios goles pero tenía el pie mal. El doctor Masliah me decía que era sugestión, que ya estaba fenómeno, que había reaparecido. . . Entonces, como él no quería hacerme nada, le pedí permiso y fui a Buenos Aires a verlo a Barbieri. Era e médico de Independiente pero atendía todos, porque los jugadores le teníamos una confianza bárbara. Le expliqué lo que me pasaba y me llevó al sanatorio Lavalle Primero me abrió una arteria. A los dos días vino a visitarme. Casi ni me saludó fue derecho a la pierna, me tomó arriba del tobillo y, cuando levantó la vista, vi que le corrían por la cara dos lagrimones.
— ¿Qué pasa, doctor? —le pregunté asustado.
—Salvaste la pierna —me contestó.
A Sanfilippo le interesa conocer cómo, siendo tan hincha de Nacional, Fernando Morena puede ser el ídolo de Peñarol
— Yo elegí ser jugador de Peñarol. A Nacional tenía que haber ido a jugar de once porque el nueve era Luis Artime. Preferí Peñarol y con los años uno cambia. Ahora soy de Peñarol a muerte. Es otra cosa, es como River y Boca. Las hinchadas lo viven distinto. Después, Morena le recuerda goles. Sanfilippo responde: «Sí, es cierto». Y se asombra de la precisión con que el uruguayo conoce hasta detalles del fútbol argentino.
—Es que siempre me apasionó. Veo todo. Leo todo. EL GRAFICO desde siempre y por eso conozco tanto del fútbol argentino. Cómo será que en el ’72, durante la Minicopa, le gané una apuesta a Jose Maria Muñoz en una discusión…
Alrededor de la cama donde reposa rondan los Morenitas. Mariana, Carolina y Rodrigo. Le acercan los diarios. Sanfilippo confiesa que la tarde que lo quebraron tuvo una premonición: no tenía ganas de jugar, no quería ir al estadio. Lo convenció su mujer. Nunca le había pasado antes. Nunca le pasó después.
Morena habla de su admiración por los goleadores. Por Sanfilippo, porque era un realizador nato: por Artime, porque triunfó en todos los equipos donde jugó y marcó un montón de goles; por Alberto Spencer, porque tenía una velocidad tremenda y además convirtió 242 goles en los 7 años que jugó en Peñarol.
—Para mí hay dos clases de futbolistas: están los goleadores y los jugadores que hacen goles. Los goleadores tienen la obligación de meterla en todos los partidos. La gente está esperando siempre los goles de ellos y hasta lo gritan de otra manera. Los otros pueden hacer uno de vez en cuando y no pasa nada…
De goleador a goleador siguieron hablando de perfiles, posición en la cancha, secretos de un oficio para pocos elegidos.
Llegó la despedida. Ansiosa en el agradecimiento de Morena. «Hay que pasar por cosas así para comprender cuánta gente que uno no imaginó se preocupa y testimonia su afecto. He recibido cartas de chicos de distintas partes del Interior argentino, Fillol me envió un telegrama, ahora ustedes me traen a Sanfilippo…». El Nene se va reconfortado. Feliz de tener otra cosa para contar: su encuentro con Morena.
La esposa —María Luisa — se excede en la amabilidad y nos acerca con los «zapatos» de Fernando —su Mercedes Benz — hasta el aeropuerto. Al bajar, le dice a Sanfilippo:
—Le agradezco mucho, usted no tiene idea lo bien que le hará a Fernando su visita. Antes de ingresar al aeropuerto, un maletero lo descubre y —dirigiéndose a quienes lo acompañábamos — nos comenta:
—Díganle que vuelva a Nacional, los que tenemos ahora son tan distraídos que no hacen goles…
Sanfilippo sonríe. Es el final feliz para un encuentro que nació con el llanto viejo de un botija de doce años y las lágrimas frescas de un ex goleador que anda por los cuarenta y ocho…
EDUARDO RAFAEL
Fotos: JORGE AGUIRRE (Enviados especiales a Montevideo)