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Un 22 de diciembre en Los Andes, apareció «el arriero»

El jueves 22 de diciembre de 1972 Catalán y sus dos hijos habían llevado a sus ovejas a tomar agua a la orilla del río El Barroso, a los pies de las montañas de la cordillera de Los Andes. Del otro lado del río estaban Roberto Canessa y Fernando Parrado, desahuciados y harapientos después de caminar durante días sin saber a dónde iban mientras 14 de sus compañeros esperaban noticias en un valle de 3.600 metros en la parte chilena de la cordillera, una parte inhóspita.

Parrado y Canessa habían sido los elegidos por el grupo para salir a buscar ayuda. Hacía 72 días que el avión Fairchild F-227 que llevaba a los jugadores de rugby del Old Christians Club y sus familiares a jugar a Chile se había estrellado con uno de los picos de la cordillera.

Fue Parrado el que vio a Catalán en la otra orilla del río y gritó pidiendo ayuda. El arriero, que no lograba escucharlo por el ruido de la corriente del río y porque no tenía demasiada fuerza para gritar, le lanzó, de un lado a otro un papel y una lapicera adentro de una botella.

Parrado escribió: “Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace diez días que estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba. En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor, no podemos ni caminar. ¿Dónde estamos?”.

Catalán les dijo que estuvieran tranquilos, que en la noche no podrían hacer nada en el medio de la montaña pero que volverían al día siguiente para ayudarlos. “Y así fue. A las seis de la mañana ya estábamos ahí, nos hicimos señas y papá Sergio se fue a caballo hasta el retén que los carabineros tenían en Puente Negro, a unos 80 kilómetros de donde estábamos, para que vinieran a ayudarlos”, contó Juan, hijo mayor de Catalán en una entrevista con la agencia argentina Télam.

Catalán anduvo tres horas a caballo. Cuando comunicó la noticia desde Santiago de Chile le dijeron que era imposible, que probablemente el arriero estuviera borracho. No era una historia tan sencilla de creer.

FUENTE : Diario El País