Nota de Prensa
Por Daniel Bianchi
La niña de cinco años dibujaba y su mamá, preocupada porque el tiempo no le daba para terminar la comida, vestirla para ir a la escuela y prepararse para ir a trabajar, hastiada y sin pensarlo la empujó al pasar.
El llanto no se hizo esperar.
Pero, por suerte, frente a la pequeñita estaban los brazos de su abuelo, refugio al cual acudió prestamente y en el cual se acunó mientras él le explicaba que había sido sin querer por la prisa que tenía su mamá, secaba las lágrimas de sus ojitos y cubría su frente de besos sin dejar de abrazarla. Así estuvieron hasta que la niña se calmó, cesó su llanto y recibió el ansiado beso de su mami seguido del “Perdoname, fue sin querer”, que el abuelo, desde el otro lado de la mesa, reclamaba con su mirada.
Y es que el abuelo es así. Es el bálsamo que calma todos los dolores, el amigo que suplanta a los compañeritos de la escuela cuando ellos no están, el que enseña a dibujar, a pintar sin salirse, el que está todas las horas del día dispuesto a ir a las hamacas o a jugar a las escondidas. Es el que lleva o va a buscar a la pequeña a la escuela cuando sus padres no pueden, el que le enseña a andar en bicicleta, el que le lee los cuentos que ella quiere escuchar y le inventa los que despiertan su interés, el que le hace trucos de magia.
Es el que está siempre.
Pero es, también, el que si la ley de la vida no se tuerce, más pronto abandonará su nieta, aquel que ella siempre recordará con enorme cariño. Porque ese abuelo es, mal que nos pese, un adulto mayor.
Es uno de los casi 580.000 que viven en Uruguay, que el martes 1º de octubre festejó el Día Internacional de las Personas Adultas Mayores, de acuerdo a la resolución de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) del año 1990.
Este año, la celebración -que en nuestro país se realizó con talleres, seminarios, actividades deportivas, festejos y conciertos- tuvo por objeto reconocer la importantísima contribución de los adultos mayores al desarrollo humano y económico, además de resaltar las oportunidades y los retos asociados al envejecimiento demográfico mundial.
Los adultos mayores en Uruguay continúan aumentando de forma progresiva siendo hoy los mayores de 65 años el 18% de la población, y se estima que para el año 2030 ese índice ascenderá al 22%.
Nuestro departamento de Colonia es, junto con Florida, Lavalleja y Montevideo, el que cuenta con mayor número de personas de la tercera y cuarta edades. Y aún más, en Colonia es en el que prevalece el grupo de personas mayores de 80 años.
Identificado junto a los niños, personas discapacitadas y minorías discriminadas como uno de los grupos más vulnerables, se encuentra el de los adultos mayores. Y es precisamente por sus políticas hacia ellos cómo se valora la grandeza de una nación.
Ello implica un desafío enorme. No se trata sólo de garantizar los derechos de los ancianos, sino de diseñar y llevar adelante políticas de salud, habitacionales, de prestaciones sociales, de recreación y de socialización. Las jubilaciones y pensiones son una parte muy importante del asunto, pero no lo son todo. Se trata, en definitiva, de dignificar y mejorar su calidad de vida, entendida ésta como el índice de bienestar social cuyos indicadores son, además de los niveles de ingresos, de empleos y/o pasividades, todo lo relacionado con el acceso a las prestaciones para preservar la salud física y mental, la educación, el entorno físico y arquitectónico, el ocio, la pertenencia a grupos, y la inserción y participación en la sociedad. Y se trata, complementariamente, de actualizar nuestra legislación con vistas a erradicar el maltrato y proteger a los adultos vulnerables que son víctimas de abusos y arbitrariedades.
Particularmente, se avizora como extremadamente necesario que el Sistema Nacional Integrado de Salud (SNIS) incorpore a la totalidad de los adultos mayores garantizándoles una atención especializada, de la misma manera que es también impostergable la aprobación de un Sistema Nacional de Cuidados, que contemple en especial a aquellos que sufren problemas mentales propios de la edad avanzada y a sus familiares, que como consecuencia de la enfermedad se encuentren abrumados en sus quehaceres.
En la medida de sus posibilidades, nuestros adultos mayores desempeñan con alegría la nada fácil tarea de cuidar y apoyar a sus hijos y nietos, permitiendo así el ingreso al mercado laboral de los padres e incluso transfiriendo recursos económicos desde sus pasividades. Pero, aún mucho más importante, afianzando normas de convivencia en la familia y la sociedad, sirviendo como ejemplo de conducta, transfiriendo valores y convirtiéndose en paradigmas del amor y el servicio.
Las contribuciones que ellos realizan son invalorables desde todo punto de vista, y ellos mismos son un tesoro que debemos preservar, un caudal que debemos proteger, una fortuna a la que nada puede compararse por todo lo que significan como historia, como presente y como legado.
Y que la sociedad contribuya con su bienestar, es devolverle sólo una pequeña parte de lo mucho que hacen por ella.
Como aquel abuelo que, ahora, se mueve presuroso para ayudar a su nieta a levantarse porque se ha caído de su bicicleta…