Tiempo de abrir caminos

Por Ope Pasquet

Hace unos años, Raúl Sendic dijo que aunque el Frente Amplio propusiera a una heladera como candidata a la Intendencia de Montevideo, igual ganaría las elecciones. La frase dolió, pero Sendic no mintió, ni exageró.

El Frente Amplio goza de una clara hegemonía política en el departamento de Montevideo; necedad sería no reconocerlo. En las elecciones departamentales del año 2010 la candidatura de Ana Olivera, tan resistida dentro de sus propias filas, obtuvo el 53% de los votos válidos; el Partido Nacional captó el 23% de ese total, y el Partido Colorado el 21%.

Aunque deban tomarse con pinzas cuando faltan más de dos años para las próximas elecciones departamentales, las encuestas conocidas no modifican las líneas gruesas del panorama político capitalino. Nada garantiza que colorados, blancos y otros opositores orejanos puedan ganarle al Frente si suman sus votos en Montevideo; lo que sí puede asegurarse es que, si no lo hacen, no tienen la más mínima chance de inquietar siquiera al candidato oficialista, quienquiera sea, ni al electrodoméstico que haga sus veces.

Esta situación no es buena para nadie. No es buena para el Frente, que sin competencia no se esmera en la gestión de gobierno. No es buena para los partidos políticos que se saben derrotados de antemano, lo que comprensiblemente aleja de la militancia a muchos y desalienta a los que, pese a todo, siguen al pie del cañón. No es buena para la ciudad, que sufre las consecuencias y paga los altísimos costos de una mala administración. Y no es buena para la ciudadanía, que sabe que si las cosas no cambian, en el 2015 será llamada a votar, pero no a elegir al próximo Intendente de Montevideo; la verdadera elección se hará en la interna del Frente, y lo demás será homologación de esa decisión.

El deber de la hora, para los partidos de la oposición, es construir una alternativa política que le permita a la ciudadanía de Montevideo elegir realmente cuando llegue la hora de votar. En el 2015 el Frente Amplio habrá completado 25 años en el gobierno de la capital de la república. Los que después de un cuarto de siglo quieran que todo siga como está, ya saben lo que tienen que hacer: votar al oficialismo una vez más. Es democráticamente necesario que los que quieran votar por el cambio también dispongan del instrumento político idóneo para producirlo. Ese instrumento es el lema común, el nuevo partido a crear, dentro del cual podrán sumar sus votos los partidos de oposición. En el lema común caben hasta tres candidatos a la Intendencia, con sus respectivos sublemas; ningún partido perderá su identidad, pues, y ningún “blanco como hueso de bagual”, ni “colorado como sangre de toro”, se verá constreñido a votar por un candidato identificado con el tradicional adversario. Pero votando cada uno según sus preferencias, todos los opositores sumarán sus votos, de manera que la alternativa al oficialismo tenga la potencia política necesaria para ganar y gobernar.

Por supuesto que esa alternativa tiene que tener programa y candidatos atractivos, y los tendrá. Pero no nos confundamos: sin el instrumento político del lema común, el programa sería simplemente una expresión de deseos, y los candidatos, Quijotes al servicio de una causa perdida de antemano.

Los individuos tienen derecho a volcar sus sueños y sus energías en causas perdidas de antemano; los partidos políticos, en cambio, tienen el deber de ser útiles como instrumentos al servicio de la ciudadanía. Lo que cabe esperar de ellos, en tiempos de normalidad democrática, no es que se contenten con dejar constancia de lo que harían si llegaran al gobierno, sino que trabajen con inteligencia y energía para llegar efectivamente allí, de manera de estar en situación de poner en práctica sus ideas y cumplir sus promesas.

Los partidos no deben conducir a la gente a encerronas políticas, dentro de las cuales sólo haya sitio para la resignación o la queja. Los partidos deben abrirle caminos a la voluntad popular. Si los partidos tradicionales del Uruguay han durado tanto como lo han hecho, ha sido precisamente porque en distintas épocas y circunstancias entendieron su deber y lo asumieron sin remilgos; trabajaron para abrir caminos, rehusando encerrarse para contemplar su propio ombligo.

No se confunda pureza con esterilidad; resignarse a la derrota antes de pelear no garantiza lo primero, sino lo segundo. El Partido Colorado y el Partido Nacional tienen que entenderse una vez más, como tantas veces lo han hecho en el curso de nuestra historia, para que cuando la ciudadanía acuda a votar en el año 2015, sepa y sienta que no está decorando una decisión previamente cocinada en la interna del Frente Amplio, sino eligiendo realmente el próximo gobierno de Montevideo.

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