Opinión – Una vez más se pretende insistir con legislación errónea, sobre la cual el país tiene una larga experiencia, que conspira contra los fines que se aspira lograr.
El dogmatismo o la demagogia -o una combinación de ambas- son malas consejeras legislativas.
En nuestros lejanos días de estudiante de sociología, por los años 50 del siglo pasado, el maestro Aldo Solari nos explicaba cómo, con la mejor intención social, a veces las leyes lograban el efecto contrario al buscado. Ponía como ejemplo la entonces legislación de alquileres, que limitaba los desalojos, topeaba los montos de los alquileres, controlaba los reajustes y regulaba artificialmente el mercado. Jóvenes batllistas, sensibles a las carencias sociales, nos asombraba esa conclusión de nuestro profesor.
Solari nos decía entonces que, por ese camino, sobrepagaban los jóvenes que alquilaban por vez primera, en perjuicio de los que tenían contratos viejos, que se reajustaban por índices precisos. Y que -a su vez- se generaba una progresiva escasez de fincas para alquilar al no construirse con ese destino.
Añadía que, por ese camino, las viviendas se deteriorarían hasta la vetustez, porque ni el inquilino las mantenía ni el propietario invertía en ellas dado el bajo rendimiento que le producían.
Todo aquello se fue dando, efectiva y desgraciadamente. El Centro y la Ciudad Vieja de Montevideo se fueron deteriorando, hasta que el mercado progresivamente se fue liberalizando y se estimuló la construcción de viviendas. El famoso RAVE fue el último estertor de esa irracionalidad en la que todos pecamos y no me considero libre de ese error.
En los últimos años, por los años 80 en la dictadura y luego del retorno a la democracia, se estimuló vigorosamente la construcción. Y el Estado asumió el rol de grandes planes de vivienda, como el que se implementó en nuestra segunda Presidencia, con el Ministro Chiruchi, y llegamos a 50.000 viviendas, la mayoría modestas y medianas. Paralelamente, la costa
montevideana se fue poblando de apartamentos de categoría, que entraron a un mercado de mayor nivel, dando trabajo a la construcción y también aumentando la oferta.
Desde que llegó el Frente Amplio al gobierno, los planes se enlentecieron.
El primer gobierno de Vázquez fue un desastre en ese sentido y la escasez comenzó a aparecer. El programa de viviendas “sociales”, instrumentado más tarde, es interesante pero demasiado caro para el promedio de ingresos.
La prueba está en que no llegan a 2.000 en cinco años las viviendas construidas de ese modo.
¿El camino, entonces, es topear y regular?
Exactamente al revés: la única solución es aumentar la oferta, construyendo. Con inversión pública en lo más modesto y privada en los segmentos medios y altos. Todo lo demás contribuirá progresivamente a aumentar la escasez por el desaliento de los inversores. Por eso no comprendemos el proyecto del diputado Gerardo Núñez y -menos aún- el apoyo que la ha brindado Óscar Andrade, respetado líder sindical de la construcción, actividad que será la primera víctima de la medida.
La vivienda de categoría ha dado y da mucho trabajo. Si se le topean los alquileres, olvidémosla. La vivienda mediana está atendida con insuficiencia por los programas actuales y la más modesta está librada a la buena de Dios, pese a los grandes planes que en el papel se siguen haciendo.
El “gobierno progresista” no piensa en construir, no se lanza a aumentar la oferta, que es lo único que podrá regular el mercado en beneficio de la gente con menos recursos. No estamos en un país con explosivo crecimiento poblacional, todo lo contrario. No se trata, entonces, de procesos acuciantes. Lo que sí será acuciante, de aprobarse este disparate legislativo, será la escasez y la declinación de la construcción. A mediano plazo, el desastre será inevitable.
En los últimos cinco años, las cooperativas no han llegado a 4.000 viviendas construidas. En un lapso de enorme bonanza internacional, que todo lo permitía en materia de inversión pública, se malgastó, se distribuyó con voluntarismo el excedente. Aparte, la notable mecanización de los sistemas de producción ha mejorado la productividad pero está aún muy lejos de alcanzar el nivel deseado.
El proyecto comunista es una confesión de fracaso. Si los alquileres suben más de la cuenta es porque faltan viviendas y eso mide la insuficiencia de las políticas de la última década. Sus correligionarios, que han estado a cargo del tema viviendas, tendrán que responder a esto que termina siendo una acusación contra ellos.
Lo triste es que ya tuvimos experiencia. Y muchos aprendimos de ella.
Desgraciadamente, hay quienes no miran hacia ese pasado no tan lejano y se están organizando para meternos en una maraña que nos llevará al estancamiento y de la que costará salir.
El camino propuesto significa construir menos, encarecer todo, castigar a los jóvenes y pasar de la insuficiencia de inversión pública al disparate del voluntarismo. Así de claro.
Por Julio María Sanguinetti